sábado, 28 de enero de 2012

Riko-tekina ai no tetsugaku - Capítulo 20 4/4: "No quiero perderte".

–¿Seguro que estarás bien? –preguntó Hikaru-san–. Te esperaré aquí. 
–No –respondí, llorando–. Vete. Gracias por traerme. Tomaré un taxi de regreso.
–¿Estás demente? Una tormenta está por empezar. Ve. Te espero.
–Dije que no, Hikaru-san. Por favor, no insistas.
–Como quieras. Adiós –respondió Hikaru. El coche avanzó, dejándome solo ante esto.

  Subí el ascensor hasta el octavo piso. Toqué la puerta n° 258 y el rostro de Nowaki apareció en la puerta, aparentemente sorprendido con mi visita.
–Misaki. Amor, ¿cómo estás? –preguntó con una sonrisa.
–Guarda tu amor para otro momento. O más bien, para otra persona –respondí entrando al departamento.
–¿Qué? –dijo sorprendido–. ¿De qué hablas?
–Jerika Danji. ¿Te suena, mi amor? –pregunté lleno de enojo.
–¿Cómo sabes de ella? –preguntó, cerrando la puerta.
–Hikaru me contó todo. ¡¿POR QUÉ ÉL Y NO TÚ?! Oh, espera, creo saberlo. ¡Me engañabas! Todo esto fue una mentira, ¿no es así?
–¿¡De qué hablas, Misaki!?
–¿Por qué no te divorciaste de ella? ¿Eh? ¿Por qué no me dijiste nada? ¡Se supone que somos una maldita pareja, Nowaki! No sé hasta donde estabas dispuesto a alargar esta farsa conmigo, pero ya no quiero averiguarlo. Se terminó, Nowaki. Se terminó, para tu agrado. Es la mejor noticia que pude haberte dado, ¿no es cierto? ¡RESPONDE MALDITO!
–¿QUÉ MIERDA DICES? ¡No he podido divorciarme de ella porque desapareció!
–¿Ah, sí? ¡Pues déjame darte las buenas nuevas: TU ESPOSA ha vuelto! ¡Corre, anda! Ve y dile cuánto la extrañabas. Eres un perro bastardo.
–¡BASTA! ¡CÁLLATE! ¡Demonios, déjame hablar! –gritó mientras arrojaba a la pared un copa de vino que sostenía en la mano izquierda–. ¡Has llegado y el único que ha hablado has sido tú! ¿Cómo rayos piensas que puedo responder si no cierras la maldita boca?
–No me interesan tus respuestas falsas. ¡NO ME IMPORTA! Cómo pude haber creído en ti... Creí que mi vida iba a brillar nuevamente pero, resultó todo lo contrario. En un santiamén volví a la oscuridad de mi vida. Juro que ya no me importa si quiera respirar. 
–Misaki, deja de decir cosas así, por Dios. ¡Por favor, te suplico, déjame explicarte! Te aseguro que eres la única persona que ha valido la pena en toda mi vida. Por favor, Misaki –decía Nowaki acercándose a mí–. Por favor, cree en mí. Yo te amo como a nadie he amado –decía acercando su rostro al mío–, no podría soportar tenerte lejos –dijo con intención de besarme.
–¡ALÉJATE! –grité dándole un golpe con el puño cerrado en la cara–. ¡Detente! No te creo nada –dije, llorando.
–Misaki... –dijo Nowaki con la nariz sangrando.
–¡Cállate! –grité, mientras corría hacía él–. ¡Me lastimaste tanto, maldita sea! –dije, golpeándolo.
  Lo único que se podía escuchar eran los gemidos de Nowaki cuando lo golpeaba. Su rostro estaba lleno de arañazos y se podía ver como su piel empezaba a lucir roja. Nowaki estaba todo lastimado y lleno de heridas. Sus manos tenían pequeñas heridas de tanto forcejear. Mi cuerpo estaba sudando y mis manos temblaban. La adrenalina en mi sangre estaba en su clímax. Tanto así que cogí la botella de vino que estaba en la mesa e intenté quebrarla en la cabeza de Nowaki sin pensarlo.
–¡Misaki, no! –exclamó Nowaki, sujetando mis brazos con fuerza. Podía sentir como sus manos prácticamente se hundían en mis extremidades por la fuerza que ejercía.
¿¡Por qué me haces esto!? –gritaba con los ojos llorosos e inyectados en sangre.
–¡¡¡Misaki, ya, basta!!! –fue lo último que escuché. Nowaki me empujó de tal forma que me golpeé la cabeza contra la pared, y sin saber nada más, caí en el piso, perdiendo el sentido.
–¡¡¡¡MISAKI!!!! –gritó Nowaki, tirándose al piso con lágrimas en las mejillas–. ¡RESPONDE, MISAKI! –decía con desespero. Nowaki se levantó, agarró su celular y llamó a una ambulancia. Diez minutos después, el departamento estaba lleno de policías, y los vecinos se aglomeraban para saber qué había pasado. Enfermeros de la ambulancia iban y venían, mientras que Nowaki estaba siendo interrogado por la policía de investigaciones. 
–¿Puede explicarme con detalle qué sucedió aquí? –preguntó el policía.
–Yo y mi pareja... discutíamos... todo se fue a mayores y... –suspiró con amargura– lo empujé. Se golpeó en la cabeza al dar con la pared y cayó inconciente –decía llorando–. Fue un accidente, señor. Yo le juro que no tenía la mínima intención de herirlo. Él me golpeaba pero yo no hacía nada por detenerlo. Míreme a mí. Estoy envuelto en heridas, señor. Mi pareja no presenta ninguna herida. Yo no lo quise golpear, lo juro por el amor que le tengo –decía Nowaki con los ojos llorosos y con la cara llena de sangre. Sus manos temblaban mientras que gotas de sangre resbalaban por sus dedos.
–Si es verdad o no éso lo decidirá la policía, señor Hashimoto. Por favor, acompáñeme a la delegación –ordenó el jefe de investigación, poniéndole esposas en las muñecas.
–Misaki, perdóname... –murmuró Nowaki con los ojos hinchados de tanto llorar. 
  La ambulancia se había llevado a Misaki a urgencias. Mientras que Nowaki fue llevado a la delegación para constatar lesiones. Una tormenta atacaba la ciudad. Gotas que parecían lágrimas caían del cielo negro. El departamento quedó vacío, lleno de sangre en el piso y vidrio por todos lados. El vino escurría por la pared, dando el fin a la primera pelea entre Nowaki y Misaki. 

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